Escuchar "Blackbraid III" del unipersonal llevado de la mano por Jon S. Krieger (a.k.a. Sgah’gahsowáh) -Blackbraid se llama la banda- es como ser emboscado en un bosque por un grupo de espíritus que se especializan en ingeniería de audio en sus fines de semana. En un momento estás admirando un agradable pasaje acústico con delicadas guitarras Folk revoloteando como pájaros alrededor de tus oídos y al siguiente te aporrean riffs tan potentes que instintivamente compruebas si sigues en pie. Es una experiencia sonora que exige rendirse a la oscuridad o, al menos, invertir en altavoces más potentes.
Hablemos primero de la calidad del sonido, porque este álbum no solo suena 'bien', sino que suena como si hubiera sido mezclado minuciosamente en una cueva escondida donde los ecos están ecualizados naturalmente por antiguas estalactitas. Cada línea de guitarra punteada con trémolo se abre paso con la suficiente brillantez como para hacer vibrar el suelo, mientras que la sección rítmica pisa con la sutileza de un mamut. Se nota que se prestó mucha atención a la producción: es lo suficientemente crudo como para sonar mortal, pero lo suficientemente pulido como para que sepas que se hizo así a propósito.
La intensidad está al máximo nivel. El disco pasa fluidamente de la furia del Black a pasajes atmosféricos y evocadores que suenan como si un bardo fantasmal hubiera entrado en la sesión. Nunca decae; incluso los tramos más tranquilos tienen una energía melancólica, como si esperaran a que sea socialmente aceptable volver a detonar los audífonos.
La oscuridad del sonido es omnipresente: una melancolía opresiva, pero extrañamente reconfortante. Tiene una escala cinematográfica, casi como la banda sonora de un documental de vida silvestre donde los lobos conquistan un reino menor. Pero entonces, justo cuando las sombras amenazan con tragarlo todo, se deslizan estas líneas de guitarra y flautas sorprendentemente melódicas, como en God Of Black Blood -nominada a Canción del Año de ELOMC-. No se trata de una oscuridad plana y monocromática; es una mezcla de capas, llena de texturas donde la belleza y la amenaza luchan constantemente.
El sonido de la guitarra tiene riffs que son pura potencia tomada en algunos casos del Heavy pero cuidadosamente ennegrecidos. Son tan agudos como para atravesar glaciares, pero lo suficientemente cálidos como para mantenerse encendido el fuego en una noche nevada. Me atrajo particularmente que hay un tira y afloja constante entre el caos agitado y las melodías, canciones como Tears Of The Dawn o And He Became The Burning Stars... lo demuestran.
Las influencias Folk se cuelan para recordarte que Blackbraid no se trata solo de devastación sónica; también está aquí para invitar a sus ancestros a bailar bajo la Luna. Los interludios acústicos no parecen tanto añadidos como conjurados orgánicamente, como si el bosque exigiera su existencia. Le dan al álbum un respiro, solo para hacer que el regreso a la distorsión total sea aún más fuerte.
En resumen, "Blackbraid III" no es solo un álbum; es una sesión de sonido inmersiva. Un disco atmosférico que probablemente debería venir con una máquina de humo y tan melódico que lo tararearás mientras afilas espadas imaginarias.
8.5/10
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